Dos caminos... dos destinos eternos, una decisión
Tema 5. SERÁ VERDAD QUE... EL INFIERNO NO EXISTE?
Por: Gerardo Cartagena Crespo
En una ocasión escuché a un sacerdote decir, durante la homilía, que el infierno estaba vacío y que nadie se condenaría. Que la misericordia de Dios es tan grande que al final de la vida de cada uno, Dios dará las gracias necesarias para que todos se conviertan y se salven. Esta opinión de este sacerdote (y de otros más) conlleva unas consecuencias desastrosas tanto a nivel práctico (pastoral), como doctrinal (teológico).
Con relación al tema del infierno la Iglesia ha sido y es bien clara y directa, por lo que no admite otra interpretación. Entre las cosas que enseña cito: "La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno". La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira" (Catecismo de la Iglesia Católica #1035).
Consecuencia práctica (pastoral) de la negación del Infierno
A nivel pastoral implica que ya no sería necesaria la práctica de la fe ni la piedad religiosa. Puesto que si al fin y al cabo, haga lo que haga, bueno o malo, todos, sin excepción de persona, nos vamos a salvar, sería una pérdida de tiempo el ocuparme en las cosas de la Iglesia, cuando tengo todo un mundo por delante en el que entregarme (placeres, vicios, vida fácil y cómoda, sin ninguna responsabilidad para con Dios ni para con mi prójimo, etc.).
Entonces ¿para qué los sacramentos? ¿Para qué el bautismo si ya no es necesario para la salvación ni mucho menos para la santidad?
Por lo tanto, ¿para qué perder tiempo en un esfuerzo inútil de ser santo? ¿Para qué la confesión, si al fin y al cabo, por más que peque no me voy a condenar? Por más que desprecie a Dios y lo rechace, al final de mi vida me va a "obligar" a aceptarle y convertirme a él. ¿Para qué "perder" tiempo en ir a misa, si ya no es necesario el participar y comulgar para salvarse? ¿Para qué el sacramento del matrimonio, si se puede convivir y eso no afecta en nada mi relación con Dios, ni tendrá ninguna repercusión para la vida eterna? E incluso, las prohibiciones de la Iglesia a los que conviven o se han divorciado y vueltos a casar para que no reciban los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, pierde su eficacia y razón de ser. Ya no habrían razones sobrenaturales para tales prohibiciones, ni razones sobrenaturales para los demás sacramentos y demás actos de piedad.
Lo mismo puedo decir de la oración: ¿Para qué? ¿Con qué fin o propósito? ¿Para qué fin o propósito las celebraciones de los diferentes tiempos litúrgicos de la Iglesia? ¿Qué salvación sería la que Cristo nos trajo si no pasa más allá de lo natural? Cuyas consecuencias sobrenaturales son nulas.
Ahora puedo entender porqué algunos sacerdotes (a los que yo personalmente he escuchado) cambian el sentido trascendental de la Obra de la Salvación, y la rebajan a un grado puramente humano y sin mucha importancia, como el de aquel que dijo que en un principio la intención de Cristo no era morir en la cruz, sino el de convertir a los judíos, pero que como éstos le rechazaron, Jesús se vio en la obligación de tomar el camino de la cruz --¿¡!?-.
A otro oí cómo se manifestaba y expresaba ante un evento puramente cultural, de un modo exaltado, que "esa debería ser la misión de la Iglesia". O sea, para él la misión de la Iglesia ya no sería la propagación del Evangelio ni la persona de Jesucristo, sino la promoción y defensa de la cultura (idioma, bandera, bailes folclóricos...).
Consecuencia doctrinal (teológica)
Ya aquí entramos en el aspecto teológico del problema. ¿Para qué la Iglesia es llamada Sacramento de Salvación? ¿Salvarnos de qué? ¿De solamente el mal de este mundo cuyas consecuencias no pasarían de lo natural? ¿Que la Iglesia se convierta en un mero instrumento de promoción cultural y social?
Pero más todavía, ¿para qué la existencia del infierno, es decir, un estado que nadie habitará? No tiene sentido la existencia de un lugar más allá de la muerte si nadie estará en él. Dios no va a crear o permitir la existencia de algo sin una razón de ser, mucho menos si ese algo es el infierno.
Más aún, si el infierno no existe (como ya creen, o mejor dicho no creen en él muchos en la Iglesia), y siendo que la existencia del infierno es un dogma de fe en la Iglesia Católica, se tendría que aceptar entonces que la Iglesia nos ha mentido y engañado por espacio de casi veinte siglos. Si ello es así, la Iglesia Católica no puede ser la verdadera Iglesia de Cristo, ni mucho menos ha sido asistida por el Espíritu Santo, ya que éste por ser Dios, no puede engañarse ni engañarnos. Ahora bien, si la Iglesia Católica es la que fundó Cristo (como se puede demostrar bíblica e históricamente) entonces concluimos que Cristo, su fundador, fue un mentiroso y charlatán, o que los primeros seguidores de Jesucristo tergiversaron la figura histórica del verdadero Jesús, quien, al fin y al cabo, fue un puro hombre.
También las consecuencias de esta idea planteada por este sacerdote (y por otros más) tiene sus consecuencias desastrosas en cuanto a nuestra libertad. Si a lo largo de mi vida yo no quiero estar con Dios ni saber de Dios, y mi pensamiento es hacer todo lo opuesto a la voluntad y querer de Dios, y aún así Dios al final de mi vida me obligará a aceptarle con una gracia especial, estaría violentando mi voluntad y me estaría arrebatando mi libertad, por lo tanto, el libre albedrío (otra verdad de fe en la Iglesia) sería una falsa, una mentira, y seriamos como máquinas en las manos de Dios. Dios, entonces, estaría sujeto a los caprichos y necedades de sus criaturas supuestamente libres. Consecuencia devastadora: Dios no existe.
Todas estas son consecuencias completamente nefastas y desastrosas para la verdad de la Iglesia, de Jesucristo y su Evangelio. Y esto es lo que inconscientemente estos miembros de la Iglesia están haciendo; sin darse cuenta están socavando los fundamentos de la fe católica.
Antonio Royo Marín, gran teólogo español y autor de más de una veintena de libros, nos aclara dándonos luz al respecto: "La Sagrada Escritura, en efecto, habla en infinidad de lugares del castigo eterno de los réprobos y no es lícito abrigar sobre ello la menor duda. El mismo Cristo, al describir con todo lujo de detalles la imponente sentencia del juicio final, nos dice que dirá a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado para vosotros». Y a los de la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el demonio y sus ángeles» (Mt 25, 34-41). Cristo no nos dice cuántos serán los que estarán a su derecha o a su izquierda, pero sí que habrá representantes a ambos lados. Afirmar, por consiguiente, la salvación universal de la humanidad, sin ninguna excepción, contradice abiertamente las palabras de Jesucristo y está en absoluto fuera de las perspectivas de la doctrina del Evangelio (¿Se Salvan Todos? Antonio Royo Marín. Página 97ss.).
Por eso, como bien nos sigue enseñando Antonio Royo Marín en otra de sus obras: o aceptamos la doctrina católica en su totalidad o nada. Me guste o no me guste, me duela o no me duela, me alegre o me entristezca. Si me considero hijo de esta Iglesia, la Católica, debo estar dispuesto en aceptar y vivir toda la verdad revelada con todas sus consecuencias. Si no estoy dispuesto a ello, mejor sería renunciar a ella antes que enseñar cualquier herejía en contra de la fe, haciendo pasar dicha herejía como si fuera enseñanza de la Iglesia (cosa que en instituciones de la Iglesia ya están haciendo), sirviendo, con ello, a los planes de Satanás.
Aunque la Iglesia jamás ha definido ni definirá jamás que tal persona en particular (se entiende nombre y apellido) está en el infierno, sí da como hecho seguro la condenación de quienes muriendo en pecado mortal (se entiende sin arrepentimiento alguno) están y estarán condenados para toda la eternidad en dicho lugar o estado de tormentos.
Jamás la Iglesia ha enseñado ni enseña ni enseñará que Dios da y dará a todos los hombres, desde nuestros primeros padres hasta el último ser humano que pueble este mundo, y a todos sin excepción, una gracia especial que empuje al más impenitente de los pecadores a la conversión aunque éste no quiera.
La misma existencia del infierno, como verdad de fe (dogma), nos indica que sí hay quienes se han condenado, puesto que, como se ha demostrado arriba, la mera ausencia de condenados incapacita y anula la razón de ser del infierno, y su existencia sería innecesaria y cuyas consecuencias ya hemos visto cuales son. Por lo tanto, si existe el infierno es porque hay condenados en él. Jesucristo y su Iglesia han sido, son y serán radicalmente claros en esto, guste o no.
Dice la Iglesia por boca de SS Benedicto XVI por medio del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que el infierno tuvo su origen con la caída de los ángeles que se rebelaron contra Dios (Compendio C.I.C. #74). De igual modo, el infierno "consiste en la condenación de todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado mortal... Cristo mismo expresa esta realidad con las palabras «Alejaos de mí, malditos al fuego eterno» (Mateo 25, 41)" (Compendio C.I.C. #212). A pesar de esta terrible posibilidad real de condenación "Dios quiere que «todos lleguen a la conversión» (2Pedro 3, 9), pero, habiendo creado al hombre libre y responsable, respeta sus decisiones. Por tanto, es el hombre mismo quien, con plena autonomía, se excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, en el momento de la propia muerte, persiste en el pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios" (Compendio C.I.C. #213).
Así pues, en el Último Día "el juicio final (universal) consistirá en la sentencia de vida bienaventurada o de condena eterna que el Señor Jesús, retornando como juez de vivos y muertos, emitirá respecto «de los justos y de los pecadores» (Hechos 24, 15), reunidos todos juntos delante de sí. Tras del juicio final, el cuerpo resucitado participará de la retribución que el alma ha recibido en el juicio particular" (Compendio C.I.C. #214).
Para la Iglesia la posibilidad de condenación es una realidad derivada de la libertad humana, sin la cual tampoco se puede optar por el bien.
Ésta es la fe de la Iglesia en cuanto al infierno se refiere, y ésta es la fe que nos gloriamos de profesar. Por consiguiente, negarla es negar la totalidad de la Revelación. El sacerdote, obispo, teólogo, catequista, diácono, fiel católico en general que niegue o ponga en
duda esta verdad de fe está fuera de la enseñanza de la Biblia y la Iglesia, se debe considerar como un hereje, y el católico consiente y responsable con su fe debe manifestarse en contra de tales herejías, y en lo posible, llamar la atención y corregir tales mentiras contra la fe.
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El infierno, ¿existe realmente? Excelente tratado y muy completo
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