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EL PURGATORIO. ESTUDIO BÍBLICO Y TEOLÓGICO II

Segunda parte: Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; Examinados en el amor
Por: Gerardo Cartagena Crespo



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Como ya mencioné en la parte anterior (enlace al final), en este estudio analizaremos puntos doctrinales que son muy necesarios conocer para poder entender la naturaleza y realidad del Purgatorio. Que no es una invención de la Iglesia Católica, sino que posee fuertes fundamentos bíblicos.

En la primera parte estudiamos el siguiente punto: A. Doctrina del Purgatorio y herejías. Ahora estudiaremos los puntos B y C.

B. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos
C. Examinados en el amor

Los otros puntos que serán estudiado en otra parte son:

D. Nada manchado puede estar ante la presencia de Dios
E. Oraciones, mortificaciones, sacrificios y penitencias
F. Las parábolas de Jesús y el anuncio del Reino ¿Enseñó Jesús la doctrina del Purgatorio?
G. Pecados mortales y veniales
H. La oración por los difuntos
I. El fuego purificador
J. El caso del ladrón arrepentido o del “buen ladrón”
K. Resumen

***
B. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos

La doctrina del Purgatorio nos enseña que inmediatamente después de la muerte individual de cada persona, su alma no se queda en la tumba ni en estado de inconsciencia (como enseñan muchas sectas que así sucede), ni tampoco se queda vagando por los aires como piensan muchos, sino que ésta, después de la muerte, es juzgada (Hebreos 9, 27) por sus obras buenas o malas (2 Corintios 5, 10).

Encontrándose Jesús con sus discípulos, unos saduceos (que no creen en la resurrección) quisieron ponerlo a prueba con el ejemplo de la mujer que se había casado siete veces. «“¿De quién será esposa la mujer? Porque los siete fueron marido suyo” A lo que Jesús respondió: “Los que viven en este mundo toman marido y mujer. Pero los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no tomarán marido ni mujer; porque ya no pueden morir y son como ángeles; y, habiendo resucitado, son hijos de Dios.”

(Esto porque en este mundo físico el proceso de generación es indispensable para la continuidad de la especie, en este caso la humana, mientras que en el más allá no es necesario tal modo de continuidad por lo mismo que dijo Cristo: “No morirán”).

“Y que los muertos resucitan lo indica también Moisés, en lo de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.”» (Lucas 20, 27-38).

Esta verdad bíblica, dicha por el mismo Jesucristo, nos da a entender que todos los que mueren no se quedan en la tumba (como es el pensamiento de muchos protestantes que indican que después de la muerte no saben nada y, lamentablemente, actualmente la de muchos católicos), sino que cada cual va a su destino eterno.

En la parábola del hombre rico y Lázaro Jesús nos da una enseñanza mucho más clara al respecto (ver: Lucas 16, 19-31). Dice que cuando Lázaro murió fue sepultado, que no se quedó en el sepulcro inconsciente, sino que fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán, que es el lugar donde los judíos creen van a parar los justos. (Los cristianos que creemos que después de la muerte la vida continúa, sabemos que los que mueren en el Señor y están totalmente purificados y en plena santidad van a la presencia del Señor. Esta gracia de poder entrar en la vida eterna en el Cielo nos la consiguió Jesucristo con su Pasión, Muerte y Gloriosa Resurrección, puesto que antes no era posible). Mientras que el rico, una vez muerto fue sepultado e igualmente no queda en el sepulcro ni inconsciente, ni mucho menos es aniquilado (como muy equivocadamente piensan y creen los Adventistas del Séptimo Día que las almas de los malos son aniquiladas, y así mismo los Testigos de Jehová quienes niegan la existencia del alma), sino que descendió a los infiernos donde es atormentado.

Entre las muchas enseñanzas que se desprenden de dicha parábola, la que nos interesa en este momento es que los personajes no tuvieron que esperar al Día del Juicio Final para recibir su recompensa o castigo, sino que Cristo nos enseña que ésta se dará inmediatamente después de la muerte individual de cada persona. Luego la teología de muchos protestante de que después de la muerte nos quedamos en la tumba e inconscientes, es totalmente anti-bíblica, es decir, no está de acuerdo con la enseñanza de Jesucristo. El hecho mismo de que el rico le pide a Abraham que envíe a Lázaro donde sus cinco hermanos para que se les avise, indica Jesús con ello la continuidad de la vida y existencia después de la muerte física.

Si a esta verdad evangélica, enseñada directamente por Jesús, le unimos las que el Espíritu Santo, por boca de San Pablo, nos transmite, esta verdad se hace más patente, clara y convincente. Veamos.

«No quiero que sigan en la ignorancia acerca de los difuntos, para que no estén tristes como los demás que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios, llevará con Jesús, a los que murieron con él» (I Tesalonicenses 4, 13-18).

¿Cómo entender estas verdades aquí descritas?

Primera verdad. El Espíritu Santo, por boca de San Pablo, nos dice y enseña que no debemos desesperarnos ante la muerte de un ser querido como ocurre con los que viven sin esperanza. Y es que los cristianos, los que conocemos y practicamos la fe, vivimos en la plena seguridad de que nuestro Dios es el Dios vivo, el Dios de los vivientes.

Segunda verdad. La fe cristiana nos asegura con plena verdad que si Cristo murió y resucitó venciendo a la muerte, esa es la recompensa que obtendremos una vez terminada nuestra vida mortal (si nuestra vida se ha regido y fundamentado en, con y para Jesucristo), el ser llevados por Dios al encuentro de Jesús en la vida eterna. Luego no hay ni existe un reposo inconsciente en la tumba.

Ante esta verdad esperanzadora San Pablo puede decir: “Deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor.” (Filipenses 1, 22-24).

Así, para San Pablo, la muerte no es quedarse en la tumba en un estado de inconsciencia, sino una transformación y cambio de estado de vida y existir en Cristo; vida que se da en la presencia de Dios Padre en el cielo. Por lo que esta realidad es esperanzadora para los que quedamos en la tierra testimoniando y dando a conocer el Evangelio de la salvación, por lo que podemos decir como San Pablo: “...siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión... Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle” (2 Corintios 5, 6-9). Y ¿cómo se puede agradar a Dios estando inconsciente en la tumba? San Pablo es bien claro: agradar a Dios fuera del cuerpo. De esta manera, si el servicio por el Evangelio de Jesucristo nos ha de proporcionar un beneficio tan grande y glorioso, que sea como dice San Pablo: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (Filipenses 1, 21). Y esta ganancia será en la presencia de Dios Uno y Trino en un estado de vida totalmente consciente, no en la tumba como si no se existiera.

Es interesante y esperanzador la enseñanza del Apocalipsis al respecto. “Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua: estaban delante del trono y del Cordero, vestidos con túnicas blancas y con palmas en las manos. (...) Estos son los que han salido de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, le dan culto día y noche en su templo, y el que se sienta en el trono habita entre ellos. No pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el calor los molestará, porque el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a fuentes de agua viva. Y Dios secará las lágrimas de sus ojos” (Apocalipsis 7, 9-17).

Por eso el autor del Libro de los Hebreos dice con júbilo y esperanza que “Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, a la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su consumación,... (Hebreos 12, 22-23).

Como leemos, en este texto el autor nos refiere y hace alusión al reino celestial donde están presente las “miríadas de ángeles”; el reino donde se reunirán (y se reúnen) los “inscritos en los cielos”; donde ya alcanzaron y están gozando de la visión de Dios “los espíritus de los justos llegados ya a su consumación”. Y si son espíritus, no son o no poseen cuerpo físico; y si son de los justos, quiérese decir que ya han muerto, ya no están en este mundo; y si se asegura que son de los que ya han llegado a su consumación, es decir, a la perfección que sólo puede ser alcanzada en el cielo, ante la visión beatífica de Dios, estamos ante un testimonio bíblico de que después de la muerte el espíritu del fallecido sigue vivo y consciente, ya en el cielo (como en este caso bíblico) o en el infierno (como el Rico en la parábola de Lucas 16).

Con todos estos textos bíblicos podemos entender aquella enseñanza del Eclesiástico 12, 7: “vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio.”

Por consiguiente, tal y como enseña la Iglesia Católica, la Virgen María y los santos No están muertos, sino vivos en la presencia de Dios.

Por consiguiente, la doctrina católica de que después de la muerte de cada persona inmediatamente su alma es juzgada y dirigida a su destino eterno, está conforme a la verdad de la Biblia. Por lo que la oración por los fieles difuntos sí es lícita y hasta necesaria y, por caridad, obligada si tenemos en cuenta la existencia del Purgatorio.

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C. Examinados en el amor

Dijo un gran místico católico que “al atardecer de nuestras vidas seremos examinados en el amor.” Y San Pablo nos asegura que “todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el pago de lo que hicimos, el bien o el mal mientras estábamos en el cuerpo” (2 Corintios 5, 10). Y de un modo más perfecto y detallado Jesús nos advierte que seremos juzgados según nuestros actos, nuestras acciones, nuestras buenas o malas obras (Mateo 25, 31-46).

En otros lugares de la Escritura, específicamente el Nuevo Testamento, se nos asegura que “cada cual recibirá el salario según su propio trabajo” (1Corintios 3, 8b); y en otra parte se nos asegura también que “cada cual recibirá de Dios la alabanza que le corresponde” (1Corintios 4, 5c); y para quien da con abundancia recibirá del Señor muchos beneficios espirituales (2 Corintios 9, 6-10); pues “cada cual será recompensado por el Señor según el bien que haga” (Efesios 6, 8).

Ahora bien, ¿qué tan exigente es el Amor? Dijo Jesús que “de toda palabra ociosa se nos pedirá cuenta” (Mateo 12, 36-37). Y esto de palabras ociosas podemos extenderlo a actos y acciones que pudieran parecernos insignificantes, pero dan muestra de nuestra falta de caridad para con Dios y para con el prójimo.

Dios nos crea por amor y quiere que le conozcamos, le sirvamos y vivamos en el amor; pero el amor, el verdadero amor, más que un sentimiento es una decisión y opción de vida, es un optar por la bondad, la humildad y la verdad; es un optar por Dios y el prójimo. El amor me mueve a la búsqueda de la felicidad haciendo feliz al otro. Es el desprendimiento total de sí mismo por el bien y felicidad del otro. Así podemos entender esta gran verdad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna” (Juan 3, 16).

Hay una canción cuya letra es una perfecta catequesis de lo que es el amor; y dice así:

Amar es entregarse,
olvidándose de sí,
//buscando lo que al otro
pueda hacer feliz.//
*
¡Qué lindo es vivir!, para amar;
¡Qué grande es tener!, para dar.
//Dar alegría, felicidad,
darse uno mismo, eso es amar.//
*
Si amas como a ti mismo
y te entregas a los demás,
//verás que no hay egoísmos
que no puedas superar.//

Esta verdad es bien patente cuando Cristo nos enseña que a Dios hay que amarlo con toda nuestras fuerzas, con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, y al prójimo como a nosotros mismos (Lucas 10, 25-28).

Amar a Dios como Cristo nos exige es llegar a un desprendimiento radical, total, donde las criaturas pierden toda su importancia, y el Creador, como Amor, viene a ocupar en todo el ser humano (mente y corazón) el lugar que antes ocupaban las criaturas. El creyente se ve y se siente inundado por la presencia divina, y con todas las fuerzas de su ser, su mente y corazón lo único que le interesa es agradar y deleitarse en el Amor. El contemplar al Amor lo lleva a amarse a sí mismo de un modo perfecto sin las limitaciones e imperfecciones del egoísmo y la soberbia; y ese amarse a sí mismo de modo perfecto, pues se da en la contemplación de Dios por la fe, lo lleva a amar al prójimo y a entregarse por él sin reservas.

Los grandes místicos de la Iglesia y los grandes santos de la caridad pueden expresar, no con palabras, sino con sus ejemplos estas verdades.

Ellos, más que nadie han cumplido la exigencia de Jesús de ser santos y perfectos como lo es el Padre celestial. Verdad ésta a la que todos los cristianos somos llamados a realizar en nuestras vidas. (Si entiendes esto, entenderás la importancia y necesidad de que exista el Purgatorio o estado de purificación para poder entrar en la santidad y pureza infinita de Dios).

Pero he aquí que el egoísmo y la soberbia oscurecen y debilitan ese propósito. La realidad es que muy pocos logran llegar a las altas alturas de la santidad, de la caridad, de la perfección cristiana; la inmensa mayoría se quedan (ya por debilidad, ignorancia o por voluntad propia) en un grado imperfecto en la práctica de la caridad. (Son como aquel administrador que, en la parábola de los talentos recibió un talento y lo enterró -Mateo 25, 14-30-. En esta ocasión en vez de enterrarlo, lo han guardado en el banco y se han conformado con los intereses. Estos, según San Pablo, a diferencia del que lo enterró, se salvan, pero como quien pasa por el fuego -ver: 1 Corintios 3, 10-17).

¿Cómo es la vida de muchos cristianos en el hogar? ¡Con cuánta facilidad se ofende al esposo, a la esposa, a los hijos, a los padres con palabras y acciones que nos parecen tontas pero que, en el fondo, hieren al otro! Le hacemos pasar un mal rato en el hogar o entre las amistades.

¡Cuántas familias católicas desobedecen a la Iglesia en materia de moral al utilizar anticonceptivos, o practican relaciones contra-naturales para evitar los hijos! Todo esto se da por falta de amor y de caridad.

¿Cómo es la vida de muchos cristianos en la Iglesia? ¡Cuántos hay que, por cualquier tontería, no van a misa un domingo! ¡Y luego al siguiente van y comulgan sin confesarse! ¡Cuántos hay que llegan tarde y sólo van por cumplir! ¡Cuántos hay que, pudiendo dar más a las necesidades de la Iglesia, sólo dan una miseria! (Tanto en lo económico como en servicios). Todo esto se da por falta de amor y caridad.

¿Cómo es la vida de muchos cristianos en la calle, en el trabajo, en las diversiones...? ¡Cuántos hay que bloquean con su vehículo un cruce o entrada sabiendo que no pueden continuar la marcha haciendo que el otro pase un mal rato; o cruzan una luz roja o un pare poniendo en peligro su propia vida y la de otros! ¡Cuántos hay que se llevan de las tiendas o del trabajo cosas que no les pertenece; o permiten que sus hijos, o ellos mismos, destruyan o consuman productos de una tienda o local sin pagarlos! ¡Cuántos hay que en el cambio por compra de un producto reciben dinero de más y no lo devuelven! ¡Cuántas mujeres hay que sus vestimentas no son las más apropiadas y se convierten en instrumentos de Satanás para hacer pecar a otros! Y todo esto se da por falta de amor y de caridad.

Luego, de todos estos actos y acciones que envuelven materia grave o leve con circunstancias atenuantes o agravantes (según sea el caso), hemos de dar cuenta a Dios; y quien se salvare en estas circunstancias, no será condenado, pero tampoco podrá entrar al cielo. Luego, ¿qué le queda?

Recuerda, para entender y aceptar la realidad del Purgatorio o estado de purificación, tienes que verlo desde la perspectiva del amor a Dios y al prójimo, desde la práctica de la caridad cristiana.

Debemos saber y tener muy en cuenta que, todos nuestros actos serán medidos en la balanza de la Caridad. La falta total de caridad en nuestras acciones (que envuelven materia grave, conocimiento y consentimiento de materia grave), son actos de condenación pues no van dirigidos a Dios sino a satisfacer nuestro egoísmo; la falta parcial de caridad en nuestras acciones, son actos imperfectos que pudieran no llevarnos a la condenación, pero nos impiden entrar a la Patria del Cielo, luego dichos actos requieren ser purificados de dichas imperfecciones (ya sea aquí en este mundo o, en su defecto, en el más allá).

»Los méritos y el grado de gloria

Esta doctrina nos lleva a considerar otra gran verdad referente al premio eterno y los méritos alcanzados (en Cristo y por Cristo) por el que nos hacemos acreedores de una mayor o menor gloria en el cielo. (Para referencia leer del Catecismo los siguientes artículos: 1732, 2006ss., 2012ss., 956).

En el Compendio del Catecismo, el artículo 426, se lee: “El mérito es lo que da derecho a la recompensa por una obra buena. Respecto a Dios, el hombre, de suyo, no puede merecer nada, habiéndolo recibido todo gratuitamente de Él. Sin embargo, Dios da al hombre la posibilidad de adquirir méritos mediante la unión a la caridad de Cristo, fuente de nuestros méritos ante Dios. Por eso, los méritos de las buenas obras deben ser atribuidos primero a la gracia de Dios y después a la libre voluntad del hombre”.

Es una verdad evangélica que todos los salvados van a tener el mismo premio en el cielo: la vida eterna y, con ella, la visión beatífica; pero debemos tener muy en cuenta que una cosa es el premio de la salvación eterna que será para todos los que estén en gracia, y otra cosa el grado de gloria alcanzado según los méritos adquiridos mientras estaban en este mundo. (Claro, estos méritos sólo podrán ser alcanzado si el que obra está unido a Dios por la gracia en Jesucristo, pues sin Cristo nada podemos alcanzar. Uno que está en pecado mortal no le aprovecha ninguna obra buena que realice como méritos para el cielo, pero pudiera serle útil para alcanzar de Dios el arrepentimiento y su perdón, pero tiene que estar dispuesto a ello).

En la parábola de los trabajadores de la viña (Mateo 20, 1ss.), Jesús nos enseña e indica que dará el mismo salario tanto a los que comenzaron de muy de mañana como a los de la última hora. Esta verdad hay que entenderla desde la misericordia divina que quiere dar la salvación a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, es decir, el mismo premio eterno, que no es otra cosa que la visión beatífica. Pero por la justicia divina Dios dará a cada hombre y mujer según sus obras.

Y así, en Mateo 5, 17-19, Jesús nos enseña que “no penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.”

En otro sitio, como hemos visto, la Escritura nos asegura que “cada cual recibirá el salario según su propio trabajo” (1 Corintios 3, 8). Aquí San Pablo habla solamente de los que se salvan, de los que, como él, siembran y plantan la semilla del mensaje de la salvación. Estos recibirán como recompensa el salario merecido, pero “según su propio trabajo”.

Luego se entiende que hay una diferencia en cuanto al valor (gloria) del premio recibido.

En otra parte se nos asegura también que “cada cual recibirá de Dios la alabanza que le corresponde” (1Corintios 4, 5). Y esa alabanza no es otra cosa que el grado de gloria que cada cual recibirá según el grado de amor y caridad con el que haya obrado. Porque quien da con abundancia recibirá del Señor muchos beneficios espirituales (2 Corintios 9, 6-10). Por eso y con razón San Pablo nos asegura que “cada cual será recompensado por el Señor según el bien que haga” (Efesios 6, 8). Y ese bien que haga cada cual deberá fundamentarse en el amor cristiano.

Como ya dije y repito, esta diferencia o grado de gloria dependerá del grado de amor a Dios y al prójimo alcanzado por una persona en este mundo (sobre todo si es cristiano y católico) y el grado de caridad con el que realiza sus buenas acciones u obras.

Por ejemplo, el grado de amor a Dios y al prójimo alcanzado por los grandes místicos de la Iglesia y los grandes santos de la caridad y del apostolado no se puede comparar con el común de los cristianos. No es lo mismo un San Francisco de Asís y una Santa Teresita del Niño Jesús en su amor a Dios; un San Francisco Javier y un San Juan Pablo II en su celo apostólico por la propagación del Evangelio; una Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz en su unión mística con Dios; un San Vicente de Paul y una Santa Teresa de Calcuta en su caridad por los más pobres y desamparados... Todos los que se salven (incluso los no cristianos), por la infinita misericordia de Dios recibirán la misma paga o recompensa que estos gigantes y héroes del amor divino y la caridad; pero por la justicia de Dios los que con más amor han amado y con más caridad han obrado, grande el puesto e inmensa será la recompensa y la alabanza que recibirán en el cielo.

Para un mayor entendimiento a lo aquí expuesto, veamos el siguiente ejemplo.

Cuando una persona ama a otra, se preocupa y se desvive en procurarle lo mejor que pueda ofrecerle. Y esa entrega será mayor y más profunda y sincera mientras mayor sea el amor que siente por esa persona. Y más cerca y más tiempo desea estar con la persona que tanto ama. Y viceversa, mientras menor sea el amor hacia una persona, menor el interés, menor el tiempo que se está con esa persona, y mayor el distanciamiento en afectividad hacia la tal persona.

Esto que podemos entender muy bien desde nuestra experiencia y trato humano, de modo análogo lo podemos comprender en nuestra relación con Dios. Mientras más amo a Dios, mayor interés y entrega, mayor el deseo de estar cerca de él y menor el interés por las cosas de este mundo; busco la manera de tener a Dios en mi mente y en mi corazón el mayor tiempo posible, y el deseo de darle a conocer a los demás y de servicio y de ayudar en las necesidades del prójimo se incrementa... Lo opuesto a todo esto se da mientras menos se ama a Dios: el interés por extender su Reino pierde sentido y las cosas del mundo y sus preocupaciones comienzan a llenar la mente y el corazón. Con la muerte se establecerá el puesto y grado de gloria alcanzado (si se ha salvado). Y así, por misericordia de Dios todos los salvados recibirán la vida eterna, pero por justicia divina a mayor amor y caridad para con Dios y el prójimo, mayor cercanía y unión a Dios; luego en la vida eterna mayor gloria y dicha experimentarán en el cielo.

Y así, quien se salve sin haber alcanzado el grado de amor y caridad que Dios le ha establecido llegar (“Sean perfectos y santos como lo es vuestro Padre del cielo”, nos exige Cristo) ya por debilidad, ya por ignorancia culpable, ya por pereza... deberá purificarse de dichas imperfecciones para poder entrar y contemplar la esencia divina, que no es otra cosa que la posesión y contemplación del Amor.

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