Tercera parte: Nada manchado puede estar ante la presencia de Dios; Oraciones, mortificaciones, sacrificios y penitencias; Las parábolas de Jesús y el anuncio del Reino ¿Enseñó Jesús la existencia de un lugar o estado de castigo temporal?; Pecados mortales y veniales… Una verdad bíblica que los protestantes ignoran y rechazan
Por: Gerardo Cartagena Crespo
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Como ya mencioné en las dos partes anteriores en este estudio analizaremos puntos doctrinales que son muy necesarios conocer para poder entender la naturaleza y realidad del Purgatorio. Que no es una invención de la Iglesia Católica, sino que posee fuertes fundamentos bíblicos.
En las partes anteriores pudimos ver y estudiar los siguientes puntos: A. Doctrina del Purgatorio y herejías; B. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos y C. Examinados en el amor (enlace al final). Ahora estudiaremos los puntos D, E, F y G.
Los otros puntos que serán estudiado en otra parte son:
H. La oración por los difuntos
I. El fuego purificador
J. El caso del ladrón arrepentido o del “buen ladrón”
J. El caso del ladrón arrepentido o del “buen ladrón”
K. Resumen
***
D. Nada manchado puede estar ante la presencia de Dios
A parte del amor y la caridad para con Dios y el prójimo, otra de las razones que nos lleva a entender la realidad del Purgatorio y creer en su existencia, debemos tener en consideración y muy en cuenta la infinita pureza y santidad de Dios. Por eso, la condición indispensable para entrar en la presencia de la Gloria de Dios y poder ver su esencia divina (visión beatífica) es el estado de gracia y el grado de pureza absoluta, es decir, nada manchado puede estar ante la presencia del Eterno, el Puro y Tres veces Santo.
Para que tengas una idea, veamos lo siguiente.
La pureza y santidad requerida y exigida para que la presencia de Dios se dé según la Biblia
Para entender el por qué un alma en gracia pueda estar ante la presencia de Dios y poder contemplar su divina esencia, lo haremos si comprendemos cuáles son las exigencias de Dios para el lugar donde va habitar, su morada en medio nuestro.
En la Biblia se dan infinidad de casos en los que Dios exige un grado de pureza y santidad tal, que de ello dependía el que él se hiciera presente o se alejara de tal persona o lugar.
El poder entender esto nos capacitará para comprender el por qué creemos en el Purgatorio y la necesidad de purificación de las imperfecciones en la práctica de la caridad. Para que puedas entender esta doctrina a la luz de la Sagrada Escritura, te recomiendo que busques y leas los textos que aquí se te presentan.
1) Pureza legal. Dios no habita en lugares impuros y profanos: Deuteronomio 23, 10-15.
2) Pureza cultual. La que tiene que ver con el culto y los objetos del culto: Éxodo 20, 25.
3) Pureza espiritual. Dios no habita en almas impuras y esclavas del pecado: Sabiduría 1, 3-5; Juan 8, 34.
4) Santidad de Dios. Nada ni nadie impuro puede tocar ni ver la santidad de Dios: Éxodo 3, 4-5; Éxodo 19, 10-15; Éxodo 19, 21-22; Éxodo 40, 34-35; Levítico 16, 1-3; Número 1, 51; Número 18, 21-23; 2 Samuel 6, 6-7.
Los textos presentados a todas luces nos dejan ver el valor infinito de la santidad de Dios. Si aun en cosas y elementos físicos o materiales, Dios exige un grado de santidad y pureza tal, pues en ellos se va a hacer presente, cuánto más en los seres humanos libres y conscientes de sus actos. Cuánto más en aquellos que van a estar presentes ante la misma Pureza y Santidad eterna.
El hecho de la fragilidad e imperfección humana y ante las innumerables faltas contra la caridad, aun en aquellos que viven en gracia, se hace indispensable un estado de purificación previo a la visión beatífica y que conocemos como Purgatorio.
E. Oraciones, mortificaciones, sacrificios y penitencias
Si has entendido lo expuesto en los dos tópicos anteriores («C» y «D») podrás entender la importancia fundamental de la oración, la mortificación y todo acto de sacrificios y penitencias con los que podemos reparar, desagraviar y purificar todas las faltas de caridad contra el amor de Dios y al prójimo.
Y de igual manera podrás entender porqué la totalidad de los santos (unos más, otros menos) han realizado actos de penitencia y mortificaciones tal que, el común de los cristianos no sería capaz de practicar. Y no es que fuesen masoquistas o desequilibrados mentales, sino que ellos conscientes de la gravedad del pecado y sus terribles consecuencias para esta vida y, sobre todo, para la eterna, se dedicaron a someter las pasiones y deseos desenfrenados de la carne sometiendo a la misma carne, como muy atinadamente dice San Pablo inspirado por el Espíritu Santo: “Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1 Corintios 9, 24-27).
Y todos estos sacrificios y sufrimientos voluntarios lo hacían con gozo en Cristo no solamente para su propia purificación y alcanzar una gloria mayor, sino también para, uniéndose a los dolores y sufrimientos del Redentor, alcanzar indulgencias para las almas del Purgatorio, la conversión de los pecadores y la gloria de Dios en la Iglesia de Jesucristo, como muy bien da testimonio de ello San Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1, 24). Esta es una práctica totalmente católica que los protestantes rechazan y condenan; entonces ¿quiénes son los que guardan y cumplen el mensaje bíblico?
Esa parte, según San Pablo, que le falta "a las tribulaciones de Cristo", es la parte que nos corresponde a nosotros ofrecer. Por eso San Pablo enfatiza que, las tribulaciones de Cristo, las completa en su propia carne.
Nota. Es importante que medites y reflexiones en este texto y el anterior. En ellos hallarás respuesta bíblica clara y convincente del porqué los católicos hacemos y ofrecemos actos de penitencia, mortificaciones y sacrificios (unidos a los de Jesucristo) en reparación de los pecados, la conversión de los pecadores, por las almas del Purgatorio y otras intenciones.
Es por eso que no logro entender a aquellos que atacan y niegan el valor meritorio y purificador del sufrimiento y el dolor desde la fe cristiana, máxime si éste es voluntario, pero unido a los sufrimientos y la Pasión redentora de Cristo.
Con razón dice el Catecismo que: «El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas» (C.I.C. 2015).
No es tampoco abusar y deteriorar el cuerpo sin sentido y sin razón, y además no todos son llamados a este tipo de entrega como víctimas que se unen al Redentor en un acto perfecto de amor al Padre. Para el común de los cristianos basta lo ordenado por la Iglesia en sus preceptos de ayuno y abstinencia y, por su parte, algo más.
Ahora bien, para cualquier tipo de ascesis y mortificación el cristiano requiere estar en constante y continua oración, pues todos (unos más, otros menos) somos tentados de muy variadas formas, por lo que estamos llamados a someter las pasiones desordenadas de la carne, las tentaciones superiores en el espíritu como el orgullo, la soberbia, la envidia... Por eso, dice el Catecismo que «la oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración» (C.I.C. 2725).
Con razón los santos decían que “el que ora se salva y el que no ora se condena”. Y no hay nada más cierto que quien no ora es porque no desea hablar con Dios, ni le desea conocer ni le desea amar. Luego ¿cómo espera alcanzar la salvación eterna (que no es otra cosa que estar en la presencia de Dios) quien no se preocupa ni se ocupa ni se interesa por comenzar, desde aquí abajo, esa unión íntima con su Creador y Salvador?
El siguiente dato es un interesante ejemplo de cómo reparar nuestros pecados…
Para que tengas una idea, veamos lo siguiente.
La pureza y santidad requerida y exigida para que la presencia de Dios se dé según la Biblia
Para entender el por qué un alma en gracia pueda estar ante la presencia de Dios y poder contemplar su divina esencia, lo haremos si comprendemos cuáles son las exigencias de Dios para el lugar donde va habitar, su morada en medio nuestro.
En la Biblia se dan infinidad de casos en los que Dios exige un grado de pureza y santidad tal, que de ello dependía el que él se hiciera presente o se alejara de tal persona o lugar.
El poder entender esto nos capacitará para comprender el por qué creemos en el Purgatorio y la necesidad de purificación de las imperfecciones en la práctica de la caridad. Para que puedas entender esta doctrina a la luz de la Sagrada Escritura, te recomiendo que busques y leas los textos que aquí se te presentan.
1) Pureza legal. Dios no habita en lugares impuros y profanos: Deuteronomio 23, 10-15.
2) Pureza cultual. La que tiene que ver con el culto y los objetos del culto: Éxodo 20, 25.
3) Pureza espiritual. Dios no habita en almas impuras y esclavas del pecado: Sabiduría 1, 3-5; Juan 8, 34.
4) Santidad de Dios. Nada ni nadie impuro puede tocar ni ver la santidad de Dios: Éxodo 3, 4-5; Éxodo 19, 10-15; Éxodo 19, 21-22; Éxodo 40, 34-35; Levítico 16, 1-3; Número 1, 51; Número 18, 21-23; 2 Samuel 6, 6-7.
Los textos presentados a todas luces nos dejan ver el valor infinito de la santidad de Dios. Si aun en cosas y elementos físicos o materiales, Dios exige un grado de santidad y pureza tal, pues en ellos se va a hacer presente, cuánto más en los seres humanos libres y conscientes de sus actos. Cuánto más en aquellos que van a estar presentes ante la misma Pureza y Santidad eterna.
El hecho de la fragilidad e imperfección humana y ante las innumerables faltas contra la caridad, aun en aquellos que viven en gracia, se hace indispensable un estado de purificación previo a la visión beatífica y que conocemos como Purgatorio.
E. Oraciones, mortificaciones, sacrificios y penitencias
Si has entendido lo expuesto en los dos tópicos anteriores («C» y «D») podrás entender la importancia fundamental de la oración, la mortificación y todo acto de sacrificios y penitencias con los que podemos reparar, desagraviar y purificar todas las faltas de caridad contra el amor de Dios y al prójimo.
Y de igual manera podrás entender porqué la totalidad de los santos (unos más, otros menos) han realizado actos de penitencia y mortificaciones tal que, el común de los cristianos no sería capaz de practicar. Y no es que fuesen masoquistas o desequilibrados mentales, sino que ellos conscientes de la gravedad del pecado y sus terribles consecuencias para esta vida y, sobre todo, para la eterna, se dedicaron a someter las pasiones y deseos desenfrenados de la carne sometiendo a la misma carne, como muy atinadamente dice San Pablo inspirado por el Espíritu Santo: “Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1 Corintios 9, 24-27).
Y todos estos sacrificios y sufrimientos voluntarios lo hacían con gozo en Cristo no solamente para su propia purificación y alcanzar una gloria mayor, sino también para, uniéndose a los dolores y sufrimientos del Redentor, alcanzar indulgencias para las almas del Purgatorio, la conversión de los pecadores y la gloria de Dios en la Iglesia de Jesucristo, como muy bien da testimonio de ello San Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por ustedes, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1, 24). Esta es una práctica totalmente católica que los protestantes rechazan y condenan; entonces ¿quiénes son los que guardan y cumplen el mensaje bíblico?
Esa parte, según San Pablo, que le falta "a las tribulaciones de Cristo", es la parte que nos corresponde a nosotros ofrecer. Por eso San Pablo enfatiza que, las tribulaciones de Cristo, las completa en su propia carne.
Nota. Es importante que medites y reflexiones en este texto y el anterior. En ellos hallarás respuesta bíblica clara y convincente del porqué los católicos hacemos y ofrecemos actos de penitencia, mortificaciones y sacrificios (unidos a los de Jesucristo) en reparación de los pecados, la conversión de los pecadores, por las almas del Purgatorio y otras intenciones.
Es por eso que no logro entender a aquellos que atacan y niegan el valor meritorio y purificador del sufrimiento y el dolor desde la fe cristiana, máxime si éste es voluntario, pero unido a los sufrimientos y la Pasión redentora de Cristo.
Con razón dice el Catecismo que: «El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas» (C.I.C. 2015).
No es tampoco abusar y deteriorar el cuerpo sin sentido y sin razón, y además no todos son llamados a este tipo de entrega como víctimas que se unen al Redentor en un acto perfecto de amor al Padre. Para el común de los cristianos basta lo ordenado por la Iglesia en sus preceptos de ayuno y abstinencia y, por su parte, algo más.
Ahora bien, para cualquier tipo de ascesis y mortificación el cristiano requiere estar en constante y continua oración, pues todos (unos más, otros menos) somos tentados de muy variadas formas, por lo que estamos llamados a someter las pasiones desordenadas de la carne, las tentaciones superiores en el espíritu como el orgullo, la soberbia, la envidia... Por eso, dice el Catecismo que «la oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El “combate espiritual” de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración» (C.I.C. 2725).
Con razón los santos decían que “el que ora se salva y el que no ora se condena”. Y no hay nada más cierto que quien no ora es porque no desea hablar con Dios, ni le desea conocer ni le desea amar. Luego ¿cómo espera alcanzar la salvación eterna (que no es otra cosa que estar en la presencia de Dios) quien no se preocupa ni se ocupa ni se interesa por comenzar, desde aquí abajo, esa unión íntima con su Creador y Salvador?
El siguiente dato es un interesante ejemplo de cómo reparar nuestros pecados…
¿Qué es reparar nuestros pecados?
Publicado por la Parroquia Nuestra Señora de Fátima
Para entender lo que es reparar las ofensas, pongamos un ejemplo:
Tú tienes un padre al que respetas, admiras y amas mucho. Un día, sin razón alguna, tomas un objeto que él quiere y cuida mucho para aventarlo y destruirlo.
Después te arrepientes, te sientes mal porque sabes que él siempre ha sido muy bueno contigo y no merece esa respuesta tuya.
Puedes hacer tres cosas:
a)Acercarte a él y pedirle perdón, sabes que él siempre te perdonará.
Así cuando cometes un pecado venial o pequeño (leve) basta con pedir directamente perdón a Dios a través de la oración, y cuando se trata de un pecado mortal o grave, es necesario el sacramento de la confesión para que Dios te perdone.
b)Puedes además, tomar el objeto que destruiste y aunque te tome tiempo y esfuerzo, sentarte y componerlo, pegarlo, reconstruirlo y dejarlo lo mejor posible.
Así cuando tú cometes un pecado, además de pedir perdón a Dios, puedes componer tu falta. Pongamos algunos casos sencillos: si mentiste, puedes ir a decir la verdad; si criticaste a una persona, puedes hablar bien de ella; si tomaste algo que no es tuyo, puedes devolverlo; si ofendiste, puedes pedir una disculpa.
c)Sería más hermoso tener un detalle de cariño con tu papá y regresarle además del objeto compuesto, un regalo, algo que te cueste trabajo como muestra de que realmente te importó ofenderlo.
Así cuando cometes un pecado además de tratar de solucionar el mal que hiciste, puedes ofrecer a Dios una oración, un sacrificio, una penitencia, una obra buena, un acto que le agrade, como muestra de que te dolió ofenderlo.
Esto es REPARAR tus pecados.
F. Las parábolas de Jesús y el anuncio del Reino
¿Enseñó Jesús la existencia de un lugar o estado de castigo temporal?
Las parábolas del Reino, ¿nos muestran y dan a entender que Cristo enseñó sobre un estado no eterno de purificación?
Nota. Este es uno de los testimonios bíblicos (junto con el ya citado de San Pablo sobre el de unir nuestros sacrificios a los de Cristo y el de San Juan sobre pecados que son y no son de muerte como veremos más adelante) con el que se demuestra que los protestantes NO se dejan guiar por la Sagrada Escritura e ignoran las enseñanzas bíblicas.
Con referencia a las parábolas podemos leer en el Evangelio de Mateo lo siguiente:
“Todo esto dijo Jesús en parábolas, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: «Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo»” (Mateo 13, 34-35). Luego las parábolas de Jesús su fin es dar a conocer verdades sobrenaturales en vista a la salvación del hombre.
1. El propósito de las parábolas
Las parábolas de Jesús (basadas en la experiencia humana) están hechas para transmitir el mensaje del Reino; están estructuradas de tal manera para que puedan ser entendidas por quienes estén dispuestos a aceptar el mensaje de la Salvación y a ponerlo por obra. Por eso cuando los apóstoles le preguntan a Jesús el por qué él enseña en parábolas, su respuesta es clara y tajante: “Porque a ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, pero a ellos no se les concede. Al que tiene le darán y le sobrará; al que no tiene le quitarán aun lo que tiene. Por eso les hablo contando parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden.
»Se cumple en ellos aquella profecía de Isaías: Por más que escuchen, no comprenderán, por más que miren, no verán. Se ha endurecido el corazón de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. Que sus ojos no vean ni sus oídos oigan, ni su corazón entienda, ni se conviertan para que yo los sane” (Mateo 13, 9-15).
Como podemos ver y entender las parábolas de Jesús no son para conocer ni aprender sobre cosas del mundo como la pesca, ni la ganadería, ni administración, ni agricultura, ni jurisprudencia... Sino para aprender y conocer todo lo referente a las verdades del Reino de Dios, las verdades evangélicas y eternas. Luego es en esta línea de pensamiento religioso y de fe en el que hay que interpretarlas. Qué es lo que Jesús me quiere revelar y enseñar para mi vida de fe en orden a la salvación y en orden a las verdades de fe que hay que creer. Por ejemplo, en la parábola del sembrador (Mateo 13, 3-9.18-23) Cristo nos enseña cómo tenemos que tener la voluntad y qué tan preparado debemos estar en mente y corazón para acoger su Palabra, para que produzca el fruto deseado y no se eche a perder. O aquellas parábolas por las que nos da a conocer la misericordia de Dios como la parábola de la oveja perdida o la del hijo pródigo, o las que tienen que ver con el perdón o el estar siempre en vela para no ser sorprendidos en la última hora.
Entendiendo el sentido de las parábolas podremos saber si Cristo enseñó o dio a entender un estado de castigo no eterno, sino temporal que, en nuestro caso, sería el Purgatorio.
2. Parábolas que indican un destino eterno
Para saber si Cristo enseñó sobre un estado de castigo no eterno y purificador, primero veamos qué nos dice y cómo describe el castigo eterno del infierno.
Hay varias parábolas que indican con toda claridad que Jesucristo sí enseñó sobre la existencia de un estado de condenación eterno para quienes obran el mal y en él mueren.
El primero y más patente (que ya he mencionado) es el del rico y el pobre Lázaro, por el que el rico, una vez terminado el curso de su vida, es arrojado al infierno o lugar o estado de tormentos eterno (ver: Lucas 16, 19-31).
Otras parábolas por las que Cristo nos enseña la realidad del Infierno o condenación eterna son:
a. La parábola del mayordomo o del siervo (Mateo 24, 45-51) en la que indica que al siervo infiel “le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
b. En la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25, 1-13) Jesús nos dice que a los imprudentes (como a las cinco vírgenes necias) los dejará fuera, sin reconocerlos, en las tinieblas (figura de lo que es la condenación eterna).
c. En la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30) al que enterró su talento (y en él a los que obran de igual modo) “a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
d. En la parábola de la red (Mateo 13, 47-50), Jesús nos indica que así como los peces buenos son echados en canastos y los malos son arrojados al mar, así también será al fin del mundo, “saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
e. Con la parábola de la cizaña (Mateo 13, 24-30 y su explicación en 13, 36-43), Jesús concluye con la siguiente advertencia: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.”
Por consiguiente, las parábolas del Reino que hacen referencia a las “tinieblas exteriores”, al “horno de fuego”, al “llanto y rechinar de dientes” es una clara evidencia de que Jesús habló y enseñó sobre la existencia real de un estado de tormentos eterno que conocemos como infierno, y que la Iglesia reconoce y enseña como una verdad fundamental de fe, es decir, de divina revelación, y como tal estamos obligados a creer, enseñar y defender. (Ver: Catecismo de la Iglesia Católica 1033-1037, 1861).
3. Parábolas que indican un destino temporal
Ahora bien, así como Jesús da a conocer la verdad y realidad de un lugar o estado de tormentos eternos para quienes obraron y obran el mal y en él mueren, también, en algunas de las parábolas, Jesús nos enseña y nos da a conocer un lugar o estado de sufrimientos pero no eterno.
La siguiente parábola nos deja entrever que dicho estado, aunque de sufrimientos, no es eterno.
En Lucas 12, 35-48, Jesús hablando de la grave responsabilidad de los siervos para con su Señor, nos invita a ser como el siervo fiel que hace lo que su Señor le ha mandado, éste recibirá una gran recompensa; mientras que al imprudente y mal siervo lo separará y lo pondrá entre los infieles (alusión a la condenación eterna). Y Jesús concluye diciendo (versículos 47-48): “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su Señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.”
Es lógico y de sentido común y según justicia que quien haya obrado el mal con pleno conocimiento y consentimiento, se entiende que ha actuado con plena maldad, por lo que su acción es del todo grave o mortal, por lo que su castigo será la condenación eterna; mientras el que ha obrado el mal o no ha hecho lo que Dios le pide ya sea por ignorancia no culpable o invencible, por desconocimiento pleno o parcial de la gravedad del acto o por coacción de la conciencia y de la libertad, se entiende que, si se salva, sufrirá un castigo pero no eterno, sino temporal. Luego Jesús enseña un estado de castigo (azotes) temporal (pocos).
Y hablando de castigo temporal (pocos azotes), en la siguiente parábola (Mateo 18, 23-35) Jesús nos enseña sobre la importancia y necesidad de perdonar de verdad. Al siervo que no perdonó a su compañero, Jesús nos dice que “encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.” Fíjese que Jesús no dice que se deba poner en la cárcel sin más, sin posibilidad de salir, sino que especifica “hasta que pagase todo lo que le debía”; luego una vez se pague la deuda se podrá salir. Lo podemos entender e interpretar así porque en esta parábola vemos que Jesús no utiliza, como en las parábolas que hablan del infierno, los términos de “horno de fuego”, o “tinieblas exteriores”, o “llanto y rechinar de dientes”, sino que nos habla de una cárcel donde se deberá pagar ¿o purificar? la deuda contraída hasta que se pague todo lo que se debe.
Luego esta parábola como la anterior, Jesús nos enseña sobre la existencia de un lugar o estado de vida después de la muerte no eterno, sino temporal.
Y hablando de cárceles, Jesús, como advertencia y enseñanza de vida cristiana y en la misma línea del perdón (Mateo 5, 21-26), nos indica que debemos tener buenas relaciones con el prójimo, específicamente con el contrario, no sea que “nos entregue al juez y el juez al guardia, y te metan a la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.” Aquí vemos la misma idea que la parábola anterior. Luego se entiende y se interpreta que Jesús está hablando de un estado de castigo temporero. Recuerda, dejándonos llevar del contexto, Jesucristo no está hablando meramente de tribunales temporales, sino de lo que nos sucederá en el más allá, en el verdadero Juicio, el de Dios.
Luego la realidad del Purgatorio, como hemos visto, es una doctrina que puede ser muy fácilmente admitida como una verdad enseñada por Jesucristo.
“Todo esto dijo Jesús en parábolas, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: «Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo»” (Mateo 13, 34-35). Luego las parábolas de Jesús su fin es dar a conocer verdades sobrenaturales en vista a la salvación del hombre.
1. El propósito de las parábolas
Las parábolas de Jesús (basadas en la experiencia humana) están hechas para transmitir el mensaje del Reino; están estructuradas de tal manera para que puedan ser entendidas por quienes estén dispuestos a aceptar el mensaje de la Salvación y a ponerlo por obra. Por eso cuando los apóstoles le preguntan a Jesús el por qué él enseña en parábolas, su respuesta es clara y tajante: “Porque a ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos, pero a ellos no se les concede. Al que tiene le darán y le sobrará; al que no tiene le quitarán aun lo que tiene. Por eso les hablo contando parábolas: porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden.
»Se cumple en ellos aquella profecía de Isaías: Por más que escuchen, no comprenderán, por más que miren, no verán. Se ha endurecido el corazón de este pueblo; se han vuelto duros de oído, se han tapado los ojos. Que sus ojos no vean ni sus oídos oigan, ni su corazón entienda, ni se conviertan para que yo los sane” (Mateo 13, 9-15).
Como podemos ver y entender las parábolas de Jesús no son para conocer ni aprender sobre cosas del mundo como la pesca, ni la ganadería, ni administración, ni agricultura, ni jurisprudencia... Sino para aprender y conocer todo lo referente a las verdades del Reino de Dios, las verdades evangélicas y eternas. Luego es en esta línea de pensamiento religioso y de fe en el que hay que interpretarlas. Qué es lo que Jesús me quiere revelar y enseñar para mi vida de fe en orden a la salvación y en orden a las verdades de fe que hay que creer. Por ejemplo, en la parábola del sembrador (Mateo 13, 3-9.18-23) Cristo nos enseña cómo tenemos que tener la voluntad y qué tan preparado debemos estar en mente y corazón para acoger su Palabra, para que produzca el fruto deseado y no se eche a perder. O aquellas parábolas por las que nos da a conocer la misericordia de Dios como la parábola de la oveja perdida o la del hijo pródigo, o las que tienen que ver con el perdón o el estar siempre en vela para no ser sorprendidos en la última hora.
Entendiendo el sentido de las parábolas podremos saber si Cristo enseñó o dio a entender un estado de castigo no eterno, sino temporal que, en nuestro caso, sería el Purgatorio.
2. Parábolas que indican un destino eterno
Para saber si Cristo enseñó sobre un estado de castigo no eterno y purificador, primero veamos qué nos dice y cómo describe el castigo eterno del infierno.
Hay varias parábolas que indican con toda claridad que Jesucristo sí enseñó sobre la existencia de un estado de condenación eterno para quienes obran el mal y en él mueren.
El primero y más patente (que ya he mencionado) es el del rico y el pobre Lázaro, por el que el rico, una vez terminado el curso de su vida, es arrojado al infierno o lugar o estado de tormentos eterno (ver: Lucas 16, 19-31).
Otras parábolas por las que Cristo nos enseña la realidad del Infierno o condenación eterna son:
a. La parábola del mayordomo o del siervo (Mateo 24, 45-51) en la que indica que al siervo infiel “le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
b. En la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25, 1-13) Jesús nos dice que a los imprudentes (como a las cinco vírgenes necias) los dejará fuera, sin reconocerlos, en las tinieblas (figura de lo que es la condenación eterna).
c. En la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30) al que enterró su talento (y en él a los que obran de igual modo) “a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
d. En la parábola de la red (Mateo 13, 47-50), Jesús nos indica que así como los peces buenos son echados en canastos y los malos son arrojados al mar, así también será al fin del mundo, “saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
e. Con la parábola de la cizaña (Mateo 13, 24-30 y su explicación en 13, 36-43), Jesús concluye con la siguiente advertencia: “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.”
Por consiguiente, las parábolas del Reino que hacen referencia a las “tinieblas exteriores”, al “horno de fuego”, al “llanto y rechinar de dientes” es una clara evidencia de que Jesús habló y enseñó sobre la existencia real de un estado de tormentos eterno que conocemos como infierno, y que la Iglesia reconoce y enseña como una verdad fundamental de fe, es decir, de divina revelación, y como tal estamos obligados a creer, enseñar y defender. (Ver: Catecismo de la Iglesia Católica 1033-1037, 1861).
3. Parábolas que indican un destino temporal
Ahora bien, así como Jesús da a conocer la verdad y realidad de un lugar o estado de tormentos eternos para quienes obraron y obran el mal y en él mueren, también, en algunas de las parábolas, Jesús nos enseña y nos da a conocer un lugar o estado de sufrimientos pero no eterno.
La siguiente parábola nos deja entrever que dicho estado, aunque de sufrimientos, no es eterno.
En Lucas 12, 35-48, Jesús hablando de la grave responsabilidad de los siervos para con su Señor, nos invita a ser como el siervo fiel que hace lo que su Señor le ha mandado, éste recibirá una gran recompensa; mientras que al imprudente y mal siervo lo separará y lo pondrá entre los infieles (alusión a la condenación eterna). Y Jesús concluye diciendo (versículos 47-48): “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su Señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más.”
Es lógico y de sentido común y según justicia que quien haya obrado el mal con pleno conocimiento y consentimiento, se entiende que ha actuado con plena maldad, por lo que su acción es del todo grave o mortal, por lo que su castigo será la condenación eterna; mientras el que ha obrado el mal o no ha hecho lo que Dios le pide ya sea por ignorancia no culpable o invencible, por desconocimiento pleno o parcial de la gravedad del acto o por coacción de la conciencia y de la libertad, se entiende que, si se salva, sufrirá un castigo pero no eterno, sino temporal. Luego Jesús enseña un estado de castigo (azotes) temporal (pocos).
Y hablando de castigo temporal (pocos azotes), en la siguiente parábola (Mateo 18, 23-35) Jesús nos enseña sobre la importancia y necesidad de perdonar de verdad. Al siervo que no perdonó a su compañero, Jesús nos dice que “encolerizado su señor, le entregó a los verdugos hasta que pagase todo lo que le debía.” Fíjese que Jesús no dice que se deba poner en la cárcel sin más, sin posibilidad de salir, sino que especifica “hasta que pagase todo lo que le debía”; luego una vez se pague la deuda se podrá salir. Lo podemos entender e interpretar así porque en esta parábola vemos que Jesús no utiliza, como en las parábolas que hablan del infierno, los términos de “horno de fuego”, o “tinieblas exteriores”, o “llanto y rechinar de dientes”, sino que nos habla de una cárcel donde se deberá pagar ¿o purificar? la deuda contraída hasta que se pague todo lo que se debe.
Luego esta parábola como la anterior, Jesús nos enseña sobre la existencia de un lugar o estado de vida después de la muerte no eterno, sino temporal.
Y hablando de cárceles, Jesús, como advertencia y enseñanza de vida cristiana y en la misma línea del perdón (Mateo 5, 21-26), nos indica que debemos tener buenas relaciones con el prójimo, específicamente con el contrario, no sea que “nos entregue al juez y el juez al guardia, y te metan a la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.” Aquí vemos la misma idea que la parábola anterior. Luego se entiende y se interpreta que Jesús está hablando de un estado de castigo temporero. Recuerda, dejándonos llevar del contexto, Jesucristo no está hablando meramente de tribunales temporales, sino de lo que nos sucederá en el más allá, en el verdadero Juicio, el de Dios.
Luego la realidad del Purgatorio, como hemos visto, es una doctrina que puede ser muy fácilmente admitida como una verdad enseñada por Jesucristo.
Ahora bien, para entender estas parábolas de Jesús como enseñanza de un lugar o estado de castigo temporal, es decir, del que se saldrá una vez se haya “pagado la deuda”, debemos conocer y entender el por qué tales actos (pecados, ofensas) no producen un castigo eterno, sino temporal. Es aquí donde la enseñanza de San Juan viene en nuestra ayuda y nos da luz.
G. Pecados mortales y veniales... Una verdad bíblica que los protestantes ignoran y rechazan
Como hemos visto, en las parábolas del Reino referidos a un estado de cárcel temporal y las referidas al estado de condenación eternos, Cristo nos está dando a entender y nos enseña que existe una diferencia en el grado de culpabilidad de los pecadores, luego ha de haber una diferencia bien marcada en el grado de culpabilidad o maldad en el acto del pecado; esa diferencia la Iglesia la conoce como pecado mortal (que de suyo produce la muerte del alma y, como consecuencia, la condenación eterna) y el pecado venial (que no produce la muerte del alma, por lo que no lleva al infierno, pero impide entrar en la presencia de Dios). Esta doctrina es totalmente rechazada por los protestantes, pues para ellos no existe tal diferencia, sino que todos los pecados llevan al infierno (tanto se condena un asesino como el que, por un momento de enojo y frustración, haya insultado y ofendido a otro o le haya dado un golpe. Según la doctrina católica en estos ejemplos existen unas agravantes o unas atenuantes que hacen de un acto de suyo grave o mortal y del otro acto de suyo leve o venial. Para la teología protestante tal diferencia no existe, todo pecado sería de suyo grave o mortal). ¿Pero qué dice y enseña la Biblia?
En la Sagrada Escritura es San Juan que con claridad y detalle nos da a conocer la diferencia de pecados. Dice, aconseja y enseña: “Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida -a los que cometen pecado que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte, por ése no digo que pida-. Toda iniquidad es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte” (1 Juan 5, 16-17).
Es sabido que Dios perdona toda maldad si el malvado se arrepiente y pide perdón, pues así lo podemos ver tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y todo cristiano, por caridad, está obligado a perdonar al que nos ofende y orar por quienes nos persiguen y, también, por todos los pecadores para que, por misericordia de Dios, se conviertan y vivan.
Por eso es San Pablo quien recomienda a Timoteo que “a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2 Timoteo 2, 24-26).
También sabemos que todo pecado que conduce a la condenación eterna del infierno es pecado de muerte (pecado mortal). Luego, como dice San Juan, si hay pecados que no llevan a la muerte por los que debemos de orar, son pecados que no llevan a la condenación eterna, pero por ser de suyo pecados (actos de desobediencia a Dios, por falta de caridad, actos realizados por ignorancia culpable o no culpable --según sea el caso y las circunstancias atenuantes--) se está obligado a reparar dichos actos ante la justicia divina ya sea aquí en este mundo (oraciones, ayunos, mortificaciones, penitencias, actos de caridad...) o en el otro. Luego podemos interpretar y concluir válidamente que, basado en la Sagrada Escritura y en contra de lo que enseñan los protestantes, sí existe una diferencia bien marcada entre lo que es un pecado mortal (que lleva a la muerte) y uno venial (que no lleva a la muerte).
Ahora bien, si existe un pecado que no lleva a la muerte, y quien muera en dicho pecado no se condena, pero tampoco podrá entrar en el cielo, por consiguiente, tiene que existir un estado de vida por el que se pueda purificar dicho pecado. Es así que podemos entender, según esta enseñanza de San Juan, las parábolas de Jesús del siervo que, por ignorancia, recibe pocos azotes y con relación a la cárcel “de la que no se podrá salir hasta pagar la deuda”. La existencia del Purgatorio es de suyo un acto de la infinita misericordia de Dios por el que nos permite reparar y purificar lo que aquí, en esta vida, no hemos podido.
Con relación al pecado, sus variantes y consecuencias, remito al lector al Catecismo de la Iglesia Católica números del 1846 al 1876.
Recomiendo su lectura y estudio para que este tópico pueda ser muy bien entendido.
En cuanto a la reparación de los pecados por las indulgencias, la Iglesia nos enseña en el Catecismo del 1471 al 1473. Invito al lector a leer y estudiar también esta doctrina muy consoladora.
G. Pecados mortales y veniales... Una verdad bíblica que los protestantes ignoran y rechazan
Como hemos visto, en las parábolas del Reino referidos a un estado de cárcel temporal y las referidas al estado de condenación eternos, Cristo nos está dando a entender y nos enseña que existe una diferencia en el grado de culpabilidad de los pecadores, luego ha de haber una diferencia bien marcada en el grado de culpabilidad o maldad en el acto del pecado; esa diferencia la Iglesia la conoce como pecado mortal (que de suyo produce la muerte del alma y, como consecuencia, la condenación eterna) y el pecado venial (que no produce la muerte del alma, por lo que no lleva al infierno, pero impide entrar en la presencia de Dios). Esta doctrina es totalmente rechazada por los protestantes, pues para ellos no existe tal diferencia, sino que todos los pecados llevan al infierno (tanto se condena un asesino como el que, por un momento de enojo y frustración, haya insultado y ofendido a otro o le haya dado un golpe. Según la doctrina católica en estos ejemplos existen unas agravantes o unas atenuantes que hacen de un acto de suyo grave o mortal y del otro acto de suyo leve o venial. Para la teología protestante tal diferencia no existe, todo pecado sería de suyo grave o mortal). ¿Pero qué dice y enseña la Biblia?
En la Sagrada Escritura es San Juan que con claridad y detalle nos da a conocer la diferencia de pecados. Dice, aconseja y enseña: “Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida -a los que cometen pecado que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte, por ése no digo que pida-. Toda iniquidad es pecado, pero hay pecados que no llevan a la muerte” (1 Juan 5, 16-17).
Es sabido que Dios perdona toda maldad si el malvado se arrepiente y pide perdón, pues así lo podemos ver tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y todo cristiano, por caridad, está obligado a perdonar al que nos ofende y orar por quienes nos persiguen y, también, por todos los pecadores para que, por misericordia de Dios, se conviertan y vivan.
Por eso es San Pablo quien recomienda a Timoteo que “a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad” (2 Timoteo 2, 24-26).
También sabemos que todo pecado que conduce a la condenación eterna del infierno es pecado de muerte (pecado mortal). Luego, como dice San Juan, si hay pecados que no llevan a la muerte por los que debemos de orar, son pecados que no llevan a la condenación eterna, pero por ser de suyo pecados (actos de desobediencia a Dios, por falta de caridad, actos realizados por ignorancia culpable o no culpable --según sea el caso y las circunstancias atenuantes--) se está obligado a reparar dichos actos ante la justicia divina ya sea aquí en este mundo (oraciones, ayunos, mortificaciones, penitencias, actos de caridad...) o en el otro. Luego podemos interpretar y concluir válidamente que, basado en la Sagrada Escritura y en contra de lo que enseñan los protestantes, sí existe una diferencia bien marcada entre lo que es un pecado mortal (que lleva a la muerte) y uno venial (que no lleva a la muerte).
Ahora bien, si existe un pecado que no lleva a la muerte, y quien muera en dicho pecado no se condena, pero tampoco podrá entrar en el cielo, por consiguiente, tiene que existir un estado de vida por el que se pueda purificar dicho pecado. Es así que podemos entender, según esta enseñanza de San Juan, las parábolas de Jesús del siervo que, por ignorancia, recibe pocos azotes y con relación a la cárcel “de la que no se podrá salir hasta pagar la deuda”. La existencia del Purgatorio es de suyo un acto de la infinita misericordia de Dios por el que nos permite reparar y purificar lo que aquí, en esta vida, no hemos podido.
Con relación al pecado, sus variantes y consecuencias, remito al lector al Catecismo de la Iglesia Católica números del 1846 al 1876.
Recomiendo su lectura y estudio para que este tópico pueda ser muy bien entendido.
En cuanto a la reparación de los pecados por las indulgencias, la Iglesia nos enseña en el Catecismo del 1471 al 1473. Invito al lector a leer y estudiar también esta doctrina muy consoladora.
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Ver parte IV: H. La oración por los difuntos
Ver parte IV: H. La oración por los difuntos
Para acceder a otros tratados ya publicados ver índice de contenido
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FORMACIÓN CATÓLICA
Formación católica (enlaces). Información y formación para el católico de hoy (tratados, vídeos, blogs y páginas web, otros) sobre Dios, Jesucristo, Iglesia, Divina Revelación (Biblia y Tradición), Dogmas de fe, protestantismo y ateísmo, leyendas negras contra la Iglesia y las contribuciones de la Iglesia a la Humanidad...
1. Oasis de Salvación y verdad (página principal)
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¡Católico! Conozca y aprenda a defender su fe con el P. Luis Toro y el Padre Raúl Sánchez
1. El Padre Luis Toro es un excelente apologista y conferenciante que, en sus múltiples debates con pastores de congregaciones protestantes, ha sabido exponer con claridad y fundamentos bíblicos todas las preguntas y objeciones que le han presentado. Más las diversas conferencias son una excelente fuente de formación y conocimiento bíblico que ningún católico (ni apologista católico) no debe desaprovechar.
A continuación el enlace a su canal y no te olvides registrarte y promover su canal…
Ver: Padre Luis Toro
Entre sus vídeos hallamos:
- Debates contra pastores protestantes
- pentecostales
- Adventistas
- Testigos de Jehová
- Conferencias diversos temas
- Eucaristía
- Confesión
- Virgen María
- Imágenes, idolatría
- Otros
- Testimonios de conversión a la fe católica
- Homilías (diversos temas)
2. El Padre Raúl Sánchez es un sacerdote colombiano que defiende la fe católica desde la historia (cuando se refiere al protestantismo), mas sus vídeos incluyen gran variedad de temas de actualidad (como por ejemplo los escándalos en la Iglesia). Aunque sus vídeos tienen una duración de entre 5 minutos en adelante, son precisos y concisos.
A continuación el enlace a su canal y no te olvides registrarte y promover su canal…
Ver: Padre Raúl Sánchez
3. Para formación católica desde la Biblia y los Padres de la Iglesia
Ver: Apologética Católica
4. Para temas variados de formación: Filosofía, Teología, Biblia, Historia
Ver: Apología 2.1
5. Padre Jorge Loring. Apologista y gran divulgador de la fe católica. Su libro más importante "Para Salvarte" contiene cientos de temas y esta traducido a varias lenguas.
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