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EL PURGATORIO. ESTUDIO BÍBLICO Y TEOLÓGICO IV

Cuarta parte: La oración por los difuntos; El fuego purificador
Por: Gerardo Cartagena Crespo



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Como ya mencioné en las partes anteriores de este estudio analizaremos puntos doctrinales que son muy necesarios conocer para poder entender la naturaleza y realidad del Purgatorio. Que no es una invención de la Iglesia Católica, sino que posee fuertes fundamentos bíblicos.

En las partes anteriores pudimos ver y estudiar los siguientes puntos: A. Doctrina del Purgatorio y herejías; B. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos C. Examinados en el amor; D. Nada manchado puede estar ante la presencia de Dios; E. Oraciones, mortificaciones, sacrificios y penitencias; F. Las parábolas de Jesús y el anuncio del Reino ¿Enseñó Jesús la existencia de un lugar o estado de castigo temporal?; G. Pecados mortales y veniales… Una verdad bíblica que los protestantes ignoran y rechazan (enlace al final).

Ahora estudiaremos los puntos: H. La oración por los difuntos; I. El fuego purificador

Los otros puntos que serán estudiado en la última parte son:

J. El caso del ladrón arrepentido o del “buen ladrón”
K. Resumen

***

H. La oración por los difuntos
Dice y enseña la Iglesia que “Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos” (C.I.C. 1032).

La Sagrada Escritura alude a la oración por los difunto, por ejemplo: cuando San Juan (1 Juan 5, 16-17) pide que se ore por los que han cometido pecados que no llevan a la muerte (pecados veniales), pero no por los que han cometido pecados que sí llevan a la muerte (pecados mortales). Si interpretamos esta doctrina a la luz del Nuevo Testamento, y usamos como referencia y mandato de Cristo la obligación cristiana de perdonar siempre, y la infinita misericordia de Dios que quiere que todos los hombres se salven, podemos ver en esta intención de San Juan una alusión, a parte de orar por los vivos, orar por los ya fallecidos, pues ¿cómo dejar de orar por un pecador -por más terrible que sea su pecado- para que Dios, teniendo misericordia de él, se convierta y viva? Mientras haya vida en este mundo, siempre hay posibilidades de cambiar para bien, y la oración y los actos de penitencia y mortificación de parte nuestra por el pecador pudiera ser el único medio que se le pueda dar en el inmenso mar del pecado.

No así para el que ha muerto en pecado mortal y ha pasado al más allá en dicho estado, para él ya no hay oración que valga; pero sí para quien muriendo en pecado que NO lleva a la muerte, pero tampoco le permite entrar al cielo, las oraciones le serán de gran ayuda.

Pero el testimonio bíblico que mejor nos ha plasmado el Espíritu Santo en cuanto a la oración por los difuntos la hallamos en el segundo libro de los Macabeos, cuando Judas Macabeo manda al Templo una ofrenda para que los pecados de sus compañeros muertos sean perdonados (2 Macabeos 12, 38-46).

En cuanto a este libro, para los protestantes, al no admitirlo como libro inspirado, no posee, según ellos, ningún valor probatorio.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que, aunque no fuese un libro inspirado, como libro histórico nos deja ver la fe del pueblo Judío unos cien o doscientos años antes de Cristo. Fe que Cristo debió conocer y que, como hemos visto, dejó plasmada en algunas de sus parábolas; fe que San Juan debió haber utilizado para desarrollar, inspirado por el Espíritu Santo, la doctrina de los pecados que no llevan a la muerte; pecados por los que pide oración.

Y hablando de libros inspirados es San Pablo quien nos da la clave para saber si Segunda de Macabeos (y los demás libros conocidos en la Iglesia Católica como Deuterocanónicos, o sea, de la Segunda Colección) son inspirados. Dice él hablando de la Sagrada Escritura: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil...” (2 Timoteo 3, 16-17). Pero, ¿cuál Escritura? Aunque San Pablo no lo especifica lo podemos inferir por el testimonio de la primera comunidad cristiana.

Sabemos que los apóstoles y primeros evangelizadores, la proclamación del Evangelio la hicieron y la llevaron a cabo, principalmente, en lengua griega. Luego la versión bíblica que debieron utilizar era la que ya estaba traducida al griego: la de los LXX.

Los especialistas en Biblia (tanto católicos como protestantes) saben que, de las 350 citas que en el Nuevo Testamento se hacen del Antiguo Testamento, 300 de ellas corresponden a la versión griega de los LXX. Y es en la versión griega del Antiguo Testamento donde hallamos los libros que los protestantes rechazaron durante la reforma a inicios del siglo XVI.

Luego según el testimonio de los Apóstoles, de San Pablo (cuya predicación la realizó en lengua griega) y de la comunidad cristiana en general, la Biblia o canon bíblico de consulta era la que ya estaba traducida al griego, o sea, la de Alejandría.

Se dice que para muestra sólo basta apretar un botón; así pues, usando esta analogía veamos estas muestras.

1. En Génesis 46, 27 dice: «Y los hijos de José, que le nacieron en Egipto, dos personas. Todas las personas de la casa de Jacob, que entraron en Egipto, fueron setenta.»

«Todas las personas que le nacieron a Jacob fueron setenta. Y José estaba en Egipto» (Éxodo 1, 5).

«Con setenta personas descendieron tus padres a Egipto, y ahora Jehová te ha hecho como las estrellas del cielo en multitud» (Deuteronomio 10, 22).

Comparemos este dato con Hechos 7, 12- 14. Dice el diácono Esteban: «Cuando oyó Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez. Y en la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos, y fue manifestado a Faraón el linaje de José. Y enviando José, hizo venir a su padre Jacob, y a toda su parentela, en número de setenta y cinco personas.»

Si Esteban da este dato de setenta y cinco personas, como algo preciso, no es que se haya equivocado. Mucho menos por un dato histórico de esa índole. Sino porque tal dato sólo se encuentra en la versión de los LXX, o versión de Alejandría; y, como hemos visto, no en la hebrea (la cual asegura que fueron setenta las personas que entraron en Egipto).

2. Otro ejemplo lo vemos en Isaías 7, 14 donde leemos: «La virgen está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel.»

Pero sucede que el término "virgen" no aparece en la versión hebrea, sino sólo en la griega. En la hebrea es "muchacha" o "jovencita", refiriéndose a una doncella a punto de casarse o recién casada.

Ahora bien, sucede que el Evangelio de Mateo utiliza este texto de Isaías para asegurar, como cumplimiento de la profecía, el nacimiento virginal y, por consiguiente la concepción virginal de Jesús como el Mesías esperado.

Para Mateo haber utilizado el término "virgen" y no "muchacha" o "jovencita" según la versión hebrea, debió haber utilizado la versión de los LXX como libro inspirado para utilizarlo como oráculo o profecía mesiánica. (Como dato curioso, en la Biblia protestante, edición Reina-Valera -una de las versiones bíblicas más utilizada por ellos- traducen según el griego: “virgen”, y no doncella o jovencita como deberían de traducir ellos según la versión hebrea).

3. Otro ejemplo es la cita de Mateo 3, 3 (“Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas”) que cita a Isaías 40, 3: («Una voz clama: “En el desierto abran camino a Yahvé, tracen en la estepa calzada recta a nuestro Dios”). Pero la cita de Mateo corresponde a la versión griega de los LXX o de Alejandría no a la hebrea.

Luego el dato de setenta y cinco personas suministrado por Esteban (uno de los primeros siete diáconos y primer mártir de la Iglesia) y el de la "virgen" o el de la voz que grita en el desierto, ambos de Isaías citados por Mateo, datos tomados de la versión griega, es evidencia que la comunidad cristiana del primer siglo, su versión bíblica de referencia para el conocimiento y predicación de las promesas mesiánicas cumplidas en Cristo, era el canon de Alejandría o de los LXX.

Luego el texto de Segunda a los Macabeos sobre la oración por los difuntos para que Dios se apiade de ellos y le sean borrados sus pecados (se entiende y según San Juan los que no llevan a la muerte) es de inspiración divina y, por ello, una verdad de divina revelación.

Así pues, “todo esto lo hicieron muy bien inspirados por la creencia de la resurrección, pues si no hubieran creído que los compañeros caídos iban a resucitar, habría sido cosa inútil y estúpida orar por ellos. Pero creían firmemente en una valiosa recompensa para los que mueren como creyentes; de ahí que su inquietud era santa y de acuerdo con la fe. Esta fue la razón por la cual Judas ofreció este sacrificio por los muertos; para que fueran perdonados de su pecado” (2 Macabeos 12, 43b-46).


I. El fuego purificador

Ahora bien, ¿cómo se va a realizar esa purificación? Es San Pablo quien nos da las pautas para interpretar dicho proceso o estado de purificación. Dice en 1Corintios 3, 10-15:

1. “Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima.”

Es decir, la predicación y anuncio del Evangelio es como una construcción que cada cristiano debe realizar e ir fomentando, asegurándose de que otros continúen con la obra, que no es otra cosa, que la construcción del Reino de Dios en los corazones de cada hombre y mujer.

2. “¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo.”

Y esa construcción debe estar fundamentada en Jesucristo y su Evangelio de Salvación. No se puede construir el Reino de Dios basado en conceptos puramente humanos y separado de esta realidad trascendental, como el pretender que la misión de la Iglesia sea puramente socio-cultural o, por un falso respeto humano, mantener silencio ante situaciones de pecado como el uso de anticonceptivos en los matrimonios católicos, divorcio y adulterio; negación o silencio de ciertas verdades fundamentales de la fe católica... ¿Cómo estás construyendo tu vida cristiana y la de los demás?

3. “Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas,...”

Aquellos que han puesto su talento a producir (Mateo 25, 14-30) al cien, al sesenta y al treinta por uno (Mateo 13, 23) y que, como siervos fieles, hicieron como les mandó su patrón (Lucas 12, 37-38.43-44).

4. “...madera, heno, paja,”

Es aquel siervo que, sin saberlo, hace lo que le desagrada a su patrón (Lucas 12, 48), o aquel administrador que por pereza, aunque no esconde o entierre su talento, se conforma con los interese (Mateo 25, 25-28), o no es capaz de perdonar (no en asuntos graves donde está envuelto el odio, rencor, ira que son actos de condenación eterna) por lo que deberá pagar una pena o condena temporera, pero muy dolorosa (Mateo 5, 25-26; 18, 32-35).

5. “...la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que aparecerá con fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego.”

¿Qué Día? El día del Juicio Final en el que quedará manifiesto la obra de cada cual, tanto cristianos como no cristianos, creyentes como no creyentes. Será un Día terrible para unos y glorioso para otros. También se pudiera referir (y de hecho pudiéramos interpretarlo así teniendo muy en cuenta lo que ya se dijo en el tópico «B») en el momento después de la muerte individual de cada ser humano.

Y ¿cuál obra? La realizada en la caridad según el amor a Dios y al prójimo. ¿Cómo estás construyendo tu obra según la caridad? Como el oro, como la plata o con piedras preciosas. O eres de los que te conformas con la madera, el heno o la paja. ¡Cuidado! No sea que, creyendo construir con lo mínimo indispensable para la salvación, te encuentres que ni con eso has sabido construir y quedes descalificado.

6. “Aquél cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa.”

Aquellos héroes de la caridad cristiana que supieron vivir a plenitud el llamado a la santidad y perfección exigida por Cristo.

7. “Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el castigo. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien escapa del fuego”.

Ante la justicia divina son todos aquellos que, por una razón u otra, cumplieron imperfectamente, han pasado a la otra vida en pecados veniales (como enseña San Juan: pecados que NO llevan a la muerte), han realizado actos de caridad imperfectos, pena temporal por los pecados ya perdonados sin la debida satisfacción o reparación, y cualquier condición que, aunque no lleve a la condenación eterna, produce en el alma tal desequilibrio que la incapacita para entrar en la presencia del Todo y Tres veces Santo.

Ante esta lamentable situación, la infinita misericordia de Dios ha creado un estado donde estas almas serán purificadas en el amor, pero de un modo muy doloroso. Y este dolor será en sus dos dimensiones: de daño y de sentido.

De daño. Es el más doloroso, puesto que es la ausencia de la posesión del Amor. Si entendiéramos lo que significa aquellas palabras de San Agustín: “Nos has creado para Ti, Señor, y nuestro corazón no descansará hasta que pueda reposar en Ti”. ¡Cuánto sufrimos cuando estamos lejos del ser amado!; y mientras más se le ama, más se sufre su ausencia.

Lamentablemente aquí, en este mundo temporal, el apego a las criaturas y el desorden producido por el pecado original no nos deja ver con claridad lo que significa el estar separados de Dios, del Amor. A lo más podemos tener una idea, aunque muy imperfecta cuando se sufre por el ser amado que no está a nuestro lado.

En la eternidad, cuando se despoje la inteligencia y la voluntad de las imperfecciones de este mundo temporal, y la luz de la Gloria de Dios se nos manifieste en el alma, sabremos y experimentaremos perfectamente y en grado sumo lo que significa el estar separado del Amor; y el dolor que producirá dicha separación en el Purgatorio será terrible; más terrible que el dolor que produce el fuego de este mundo.

De sentido. Si uno de los motivos fundamentales de ofender a Dios ha sido el de los placeres carnales, es decir, el de los sentidos, es justo que también se sufra en ellos. Luego es justo que, si no se da plena satisfacción de tales desórdenes en esta vida, se sufra (y de hecho se sufrirá) terriblemente en el Purgatorio una pena de sentido.

Ambos tormentos serán como el fuego que purifica el oro (en este caso al alma) y lo limpia de toda impureza y desórdenes hasta hacerlo apto para la contemplación beatífica del Amor.

Si esto es así en el Purgatorio donde la certeza de la visión beatífica es plena, ¿cómo será el Infierno donde no existe la esperanza y el odio es su alimento y tormento?

No quiero terminar este capítulo sin antes insertar el pensamiento muy bien expresado de un ex-protestante sobre esta doctrina de San Pablo:

“Cuando Hebreos 12, 29 describe a Dios como «un fuego consumidor», no se está refiriendo necesariamente a su cólera. Existe el fuego del infierno, pero hay un fuego infinitamente más abrasador en el cielo: es Dios mismo. De manera que el fuego se refiere al infinito amor de Dios mucho más que a su eterna cólera. La naturaleza de Dios es como una ardiente hoguera de vehemente amor. En otras palabras, el cielo seguramente es más cálido que el infierno.

»No es extraño, pues, que la Escritura se refiera a los ángeles más cercanos a Dios como serafines, lo que literalmente significa: «abrasadores» en hebreo. Por eso es que también San Pablo puede describir en 1 Corintios 3, 13 cómo todos los santos deben pasar a través de un juicio ardiente en el cual «la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego...»

»Es claro que no está hablando del fuego del infierno, ya que los que son juzgados son santos. Está hablando del fuego que los prepara para la vida eterna con Dios en el cielo; de modo que el propósito del fuego es claro: revelar si sus obras son puras («oro y plata») o impuras («madera, heno, paja»).

»El versículo 15 aclara que algunos santos que están destinados para el cielo pasarán a través de fuego y sufrirán: «Más aquel cuya obra quede abrasada sufrirá el daño; él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.» El fuego es, pues, para purgar a los santos. Lo cual significa que es un fuego purgatorio, que sirve para purificar y preparar a los santos que estarán envueltos en el fuego abrasador de la presencia eterna del amor de Dios”. (Scott Hahn. “Roma Dulce Hogar”).

Una de las razones por la que muchos santos se dedicaban a la práctica de la mortificación en sus muchos aspectos (en el ver, en el hablar, en el comer, en infligirse dolores corporales... que para muchos modernos de hoy día suena a ignorancia y oscurantismo) era con miras a desagraviar a la divina Misericordia que es ofendida en los placeres desordenados de la carne y el mal uso de las criaturas; purificarse a sí mismos y el ofrecerse en holocausto a la divina Justicia y Misericordia por la conversión de los pecadores y por las almas del Purgatorio.

Creo que los cristianos que puedan entender estas verdades deberían pedir y gritar a la Divina Justicia y Misericordia: ¡Dios mío, enséñame a ser y vivir como ellos!

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